A partir de la búsqueda de la verdad, una salida imprevista...
Historia de un drogadicto: de la cárcel a la recuperación. Con la ayuda del abogado.
06/06/2007
Fui nombrado defensor del caso de A., arrestado por robo agravado. Mientras estoy en el Tribunal, se me acerca el padre del arrestado, suplicándome que haga algo para que el hijo se quede en la cárcel porque “es drogadicto, violento y rebelde en la familia y rechaza toda forma de recuperación de la toxico dependencia”.
Los agentes penitenciarios me acompañan donde el detenido quien había transcurrido la noche en la cárcel. Como primera cosa me pide que lo ayude a no permanecer en ese horrible lugar. Estudiando los papeles del proceso noto que hay incongruencias procesales que me permitirían obtener la excarcelación del interesado. Pero me sobreviene la duda: ¿Qué será mejor para este pobre muchacho? ¿Tendrá razón su padre? Sin embargo la cárcel no es el lugar más saludable para un drogadicto, que –según mi experiencia- es casi siempre un ser sensible y necesitado de afecto.
Trato de escuchar dentro de mí la voz del “Espíritu de la verdad”, para buscar una salida. En la audiencia para el juicio directo, le pido al Magistrado que me conceda un término de 5 días para preparar la defensa. A. regresa a la cárcel, pero –mientras se lo lleva la guardia- me lanza una mirada atemorizada que no logro olvidar. Le digo: “Quédate tranquilo, vendré a visitarte, tenemos que hablar”. Mi intención es la de encontrar una casa de recuperación para drogadictos. A la salida del Tribunal encuentro nuevamente al papá de A., convencido de que el hijo no aceptaría ir a ese centro: ellos lo han intentado más de una vez, inútilmente. Recojo su desahogo, en donde me cuenta el drama de su familia que se está resquebrajando a causa de este hijo drogadicto.
Pasan los cinco días. En la cárcel A. recibe un tratamiento con metadona; mejora día tras día. Mientras tanto logramos encontrar un centro de tratamiento, el mejor, que algunos meses antes había rechazado. Poco antes del proceso le hablo al muchacho: “Prométeme que irás al centro de tratamiento, y que volverás a quererte a ti mismo; yo haré lo posible para que te pongan en libertad. De todas formas tienes que saber que tus padres te quieren mucho y que seguramente tu padre está afuera esperando la sentencia del juez”. Conmovido, me responde: “Ok, ¡de acuerdo!”.
A. es dejado en libertad. El juez había intuido todo el trabajo que se había hecho y mientras se va, me saluda con una sonrisa. A la salida un gran abrazo entre padre e hijo. A. hoy día está viviendo en un centro de desintoxicación y la paz ha vuelto a la familia. Posteriormente el papá me ha dicho: “Ambos somos padres de A.”.
(C. I.)
Historia de un drogadicto: de la cárcel a la recuperación. Con la ayuda del abogado.
06/06/2007
Fui nombrado defensor del caso de A., arrestado por robo agravado. Mientras estoy en el Tribunal, se me acerca el padre del arrestado, suplicándome que haga algo para que el hijo se quede en la cárcel porque “es drogadicto, violento y rebelde en la familia y rechaza toda forma de recuperación de la toxico dependencia”.
Los agentes penitenciarios me acompañan donde el detenido quien había transcurrido la noche en la cárcel. Como primera cosa me pide que lo ayude a no permanecer en ese horrible lugar. Estudiando los papeles del proceso noto que hay incongruencias procesales que me permitirían obtener la excarcelación del interesado. Pero me sobreviene la duda: ¿Qué será mejor para este pobre muchacho? ¿Tendrá razón su padre? Sin embargo la cárcel no es el lugar más saludable para un drogadicto, que –según mi experiencia- es casi siempre un ser sensible y necesitado de afecto.
Trato de escuchar dentro de mí la voz del “Espíritu de la verdad”, para buscar una salida. En la audiencia para el juicio directo, le pido al Magistrado que me conceda un término de 5 días para preparar la defensa. A. regresa a la cárcel, pero –mientras se lo lleva la guardia- me lanza una mirada atemorizada que no logro olvidar. Le digo: “Quédate tranquilo, vendré a visitarte, tenemos que hablar”. Mi intención es la de encontrar una casa de recuperación para drogadictos. A la salida del Tribunal encuentro nuevamente al papá de A., convencido de que el hijo no aceptaría ir a ese centro: ellos lo han intentado más de una vez, inútilmente. Recojo su desahogo, en donde me cuenta el drama de su familia que se está resquebrajando a causa de este hijo drogadicto.
Pasan los cinco días. En la cárcel A. recibe un tratamiento con metadona; mejora día tras día. Mientras tanto logramos encontrar un centro de tratamiento, el mejor, que algunos meses antes había rechazado. Poco antes del proceso le hablo al muchacho: “Prométeme que irás al centro de tratamiento, y que volverás a quererte a ti mismo; yo haré lo posible para que te pongan en libertad. De todas formas tienes que saber que tus padres te quieren mucho y que seguramente tu padre está afuera esperando la sentencia del juez”. Conmovido, me responde: “Ok, ¡de acuerdo!”.
A. es dejado en libertad. El juez había intuido todo el trabajo que se había hecho y mientras se va, me saluda con una sonrisa. A la salida un gran abrazo entre padre e hijo. A. hoy día está viviendo en un centro de desintoxicación y la paz ha vuelto a la familia. Posteriormente el papá me ha dicho: “Ambos somos padres de A.”.
(C. I.)
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