“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad” (Gál. 5, 13)
A mediados del primer siglo de nuestra era, el apóstol Pablo visitaba la región de Galacia, en el centro de Asia Menor, la actual Turquía, donde habían surgido comunidades cristianas que abrazaron la fe con gran entusiasmo. A esas personas, Pablo les había dado a conocer a Jesús crucificado, y hecho recibir el bautismo que los revistió de Cristo, otorgándoles la libertad de los hijos de Dios. “Andaban bien” en la nueva vida, como reconoce el mismo Pablo. Luego, de improviso, buscaron la libertad en otra parte. Pablo se asombra de que en tan poco tiempo le hayan vuelto las espaldas a Cristo. De allí su apremiante invitación a recuperar la libertad de Cristo:
“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad”
¿A qué libertad estamos llamados? ¿No podemos hacer ya, desde ahora, lo que queramos? “Jamás hemos sido esclavos de nadie”, refutaban, por ejemplo, los contemporáneos de Jesús cuando él afirmaba que la verdad que traía los habría hecho libres. “Todo el que peca es esclavo del pecado” había contestado Jesús1.Existe una esclavitud encubierta, fruto del pecado, que sojuzga al corazón humano. Conocemos bien sus múltiples manifestaciones: el replegamiento sobre nosotros mismos, el apego a los bienes materiales, el hedonismo, el orgullo, la ira…No podríamos ser capaces, por nuestra cuenta, de desvincularnos realmente de esa esclavitud. La libertad es un don de Jesús: nos ha liberado convirtiéndose en nuestro servidor y dando la vida por nosotros. De allí la invitación a ser coherentes con la libertad que nos ha sido dada.Esta consiste “no tanto en la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, sino en ir siempre hacia el bien”, decía Chiara Lubich, dirigiéndose a los jóvenes. Y continuaba: “He comprobado que el bien libera y el mal esclaviza. Por eso, para tener la libertad, hay que amar, porque lo que nos vuelve esclavos es nuestro yo. En cambio, cuando siempre se está pensando en el otro, o en la voluntad de Dios, en hacer lo que debemos, en el bien del prójimo, no pensamos en nosotros y somos libres.
“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad”
Entonces, ¿cómo vivir esta Palabra? Nos lo indica el mismo Pablo cuando, después de habernos recordado que estamos llamados a la libertad, explica que ésta consiste en “ser servidores los unos de los otros, por medio del amor”, porque toda la Ley “está resumida plenamente en este precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo”2.Se es libre –ésta es la paradoja del amor– cuando por amor nos ponemos al servicio de los demás, cuando, contrariando los impulsos egoístas, nos olvidamos de nosotros mismos y estamos atentos a las necesidades de los otros.Estamos llamados a la libertad del amor: somos libres de amar. Sí, “para tener la libertad hay que amar”.
“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad”
El obispo vietnamita Francisco Javier Nguyen Van Thuan estuvo encarcelado a causa de su fe durante 13 años. Incluso entonces se sentía libre, porque siempre le quedaba la posibilidad de amar por los menos a sus carceleros.“Cuando me condenaron a estar incomunicado –cuenta– me dejaron en manos de cinco guardias: dos de ellos, por turno, estaban siempre conmigo. Sus superiores les habían dicho: ‘Cada dos semanas los vamos a sustituir por otro grupo, para que no sean contaminados por ese obispo peligroso’. Pero después decidieron: ‘No los vamos a seguir cambiando, porque de lo contrario este obispo va a contaminar a todos los guardias’. Al principio, éstos no me dirigían la palabra. Sólo respondían sí o no. Era realmente triste (…). Evitaban hablar conmigo. Una noche pensé para mí mismo: “Francisco, eres todavía muy rico, tienes el amor de Cristo en tu corazón: ámalos como Jesús te ha amado’. A la mañana siguiente comencé a quererlos más que antes, a amar a Jesús en ellos, sonriendo, dirigiéndoles palabras amables. Comencé a contarles historias de mis viajes al exterior (…). Quisieron aprender idiomas extranjeros: francés, inglés… Así, mis guardias se convirtieron en mis alumnos”3.
por Fabio Ciardi y Gabriela Fallacara
1) Cf Jn 8, 31-34; 2) Cf Gál 5, 13-14; 3) Testigo de esperanza, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2000.
A mediados del primer siglo de nuestra era, el apóstol Pablo visitaba la región de Galacia, en el centro de Asia Menor, la actual Turquía, donde habían surgido comunidades cristianas que abrazaron la fe con gran entusiasmo. A esas personas, Pablo les había dado a conocer a Jesús crucificado, y hecho recibir el bautismo que los revistió de Cristo, otorgándoles la libertad de los hijos de Dios. “Andaban bien” en la nueva vida, como reconoce el mismo Pablo. Luego, de improviso, buscaron la libertad en otra parte. Pablo se asombra de que en tan poco tiempo le hayan vuelto las espaldas a Cristo. De allí su apremiante invitación a recuperar la libertad de Cristo:
“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad”
¿A qué libertad estamos llamados? ¿No podemos hacer ya, desde ahora, lo que queramos? “Jamás hemos sido esclavos de nadie”, refutaban, por ejemplo, los contemporáneos de Jesús cuando él afirmaba que la verdad que traía los habría hecho libres. “Todo el que peca es esclavo del pecado” había contestado Jesús1.Existe una esclavitud encubierta, fruto del pecado, que sojuzga al corazón humano. Conocemos bien sus múltiples manifestaciones: el replegamiento sobre nosotros mismos, el apego a los bienes materiales, el hedonismo, el orgullo, la ira…No podríamos ser capaces, por nuestra cuenta, de desvincularnos realmente de esa esclavitud. La libertad es un don de Jesús: nos ha liberado convirtiéndose en nuestro servidor y dando la vida por nosotros. De allí la invitación a ser coherentes con la libertad que nos ha sido dada.Esta consiste “no tanto en la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, sino en ir siempre hacia el bien”, decía Chiara Lubich, dirigiéndose a los jóvenes. Y continuaba: “He comprobado que el bien libera y el mal esclaviza. Por eso, para tener la libertad, hay que amar, porque lo que nos vuelve esclavos es nuestro yo. En cambio, cuando siempre se está pensando en el otro, o en la voluntad de Dios, en hacer lo que debemos, en el bien del prójimo, no pensamos en nosotros y somos libres.
“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad”
Entonces, ¿cómo vivir esta Palabra? Nos lo indica el mismo Pablo cuando, después de habernos recordado que estamos llamados a la libertad, explica que ésta consiste en “ser servidores los unos de los otros, por medio del amor”, porque toda la Ley “está resumida plenamente en este precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo”2.Se es libre –ésta es la paradoja del amor– cuando por amor nos ponemos al servicio de los demás, cuando, contrariando los impulsos egoístas, nos olvidamos de nosotros mismos y estamos atentos a las necesidades de los otros.Estamos llamados a la libertad del amor: somos libres de amar. Sí, “para tener la libertad hay que amar”.
“Ustedes (…) han sido llamados para vivir en libertad”
El obispo vietnamita Francisco Javier Nguyen Van Thuan estuvo encarcelado a causa de su fe durante 13 años. Incluso entonces se sentía libre, porque siempre le quedaba la posibilidad de amar por los menos a sus carceleros.“Cuando me condenaron a estar incomunicado –cuenta– me dejaron en manos de cinco guardias: dos de ellos, por turno, estaban siempre conmigo. Sus superiores les habían dicho: ‘Cada dos semanas los vamos a sustituir por otro grupo, para que no sean contaminados por ese obispo peligroso’. Pero después decidieron: ‘No los vamos a seguir cambiando, porque de lo contrario este obispo va a contaminar a todos los guardias’. Al principio, éstos no me dirigían la palabra. Sólo respondían sí o no. Era realmente triste (…). Evitaban hablar conmigo. Una noche pensé para mí mismo: “Francisco, eres todavía muy rico, tienes el amor de Cristo en tu corazón: ámalos como Jesús te ha amado’. A la mañana siguiente comencé a quererlos más que antes, a amar a Jesús en ellos, sonriendo, dirigiéndoles palabras amables. Comencé a contarles historias de mis viajes al exterior (…). Quisieron aprender idiomas extranjeros: francés, inglés… Así, mis guardias se convirtieron en mis alumnos”3.
por Fabio Ciardi y Gabriela Fallacara
1) Cf Jn 8, 31-34; 2) Cf Gál 5, 13-14; 3) Testigo de esperanza, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2000.
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